Por Juan C. Lopez Lee
Han transcurrido ya 75 años desde aquel nefasto 6 de agosto de 1945, cuando por órdenes del Presidente de los Estados Unidos, Harry Salomon Schippe Truman, fue lanzada la primera bomba atómica contra la ciudad de Hiroshima, donde alrededor de 140,000 de los 255,000 habitantes de la ciudad murieron.
Tres días después, el 9 de agosto de 1945, los pilotos estadounidenses lanzaron la bomba “Fat Man” desde un avión B-29 en la ciudad de Nagasaki, concretamente en el distrito de Urakami.
Curiosamente, aunque esta última fue considerablemente más poderosa que la de Hiroshima, los aliados enfrentaron cuestiones técnicas y climáticas que truncaron parcialmente su deseo de asesinar a mas personas. El recuento de fallecidos en Nagasaki en los momentos inmediatos que siguieron al bombardeo quedó circunscrito a 35,000 muertos.
El corazón de la cristiandad en Japón
De los que murieron en el bombardeo, se dice que varios se encontraban orando en la Catedral de Santa María, que pese a ser considerada el centro del Cristianismo japonés, perseguido en el pasado por los Emperadores, era también uno de los puntos focales del nacionalismo militarista de los años treintas.
Cuando misioneros cristianos llegaron a la región en el Siglo XVI, las autoridades japonesas los persiguieron por temor de que la nueva religión minara la identidad nacional japonesa. SIn embargo, en Cristianismo volvió a ser tolerado mas tarde, cuando los Emperadores entendieron la diferencia entre el catolicismo y el protestantismo.
En aquellas devastadas poblaciones japonesas, otras 200,000 personas fallecieron en los meses posteriores a la brutal explosión debido a los efectos de las radiaciones. Los que sobrevivieron terminaron sus días postrados por las discapacidades o enfrentaron la pérdida de buena parte de sus familiares.
Al genocidio del pueblo japonés perpetrado por los “defensores mundiales de la democracia”, queda como antecedente el brutal ataque contra la Ciudad de Dresden, ordenado por Winston Churchill, uno de los personajes mas venerados por la “democracia” mundial.
Según los cálculos mas conservadores realizados por las fuerzas de seguridad pública que aún trabajaban pese al caos reinante en Alemania, murieron en el acto unas 250,000 personas, aún mas que las fallecidas al momento en que la bomba atómica fue arrojada en Hiroshima en Nagasaki.
Debido a que los vencedores de las guerras han manipulado la historia, quienes la han escrito aún no asumen que estos grotescos actos de genocidio tenían un objetivo común.
Para empezar, en el caso de Dresden, los propios oficiales británicos señalaron a Churchill que los bombardeos eran inhumanos, aún cuando los mismos oficiales empleaban las atrocidades cometidas por las potencias del Eje como tema de propaganda.
Y en el caso japonés, lanzar las bombas en una zona considerada como el corazón del Cristianismo en el Lejano Oriente, que además aportó miles de soldados a la causa defendida por el Emperador Showa (Hiroito), pone al descubierto que las plutocracias occidentales buscaban aniquilar espiritualmente a una de las naciones mas tradicionales y disciplinadas del planeta.