El peor legado del movimiento estudiantil de 1968 reside en el hecho de que cualquier uso legítimo de la fuerza puede ser considerado como “represión” a los ojos de una opinión pública manipulada por los medios masivos de comunicación.
En efecto, mientras que el uso de la fuerza pública en 1968 tuvo como blanco a grupos de estudiantes que en muchos casos tenían peticiones o demandas mas o menos justas, quienes ahora protestan no lo hacen sino con el fin de dañar, agredir, perjudicar y destruir.
Gracias al 68, el Estado mexicano se ha atado de manos por voluntad propia, convirtiéndose en cómplice silencioso de grupos pandilleriles que se escudan en su condición de “mujeres oprimidas” para cometer actos delictivos a la vista de todos.
El otro legado del 68 en México
Los estudiantes del 68 actuaron en nombre del socialismo y la liberación nacional. Sin embargo, fue el espíritu de los sesentas lo que implantó de forma definitiva la modernidad occidental en nuestro país. Como peones en un juego de ajedrez, los estudiantes del 68 hicieron triunfar al modelo de vida norteamericano en todo el mundo.
Han pasado muchos años y no podemos tapar el sol con un dedo. Los movimientos de antes se nutrían de gente socialmente productiva. Los de ahora, son manifestación del parasitismo, con vándalos desclasados. Sin papel alguno en la producción, viven de las sobras que da el estado o de lo que consiguen mediante “boteos” y pillajes.
Más que un fenómeno político, el anarcofeminismo es un fenómeno que representa a la sociedad que se destruye a sí misma.
Los grupos de choque actuales, son consecuencia de un populismo que premia la vagancia y la promiscuidad para garantizar por medio de la violencia la continuidad del sistema de explotación que el capitalismo financiero ejerce en México.
Dicho sea de paso, en tiempos de Gustavo Díaz Ordaz quedó demostrado que una sociedad tradicional, con sus valores nacionales y religiosos puede coexistir con una economía socializada, pues fue Díaz Ordaz quien consolidó la nacionalización de la industria eléctrica, de los ingenios azucareros y del resto de la industria estratégica.
Con todos sus defectos y contradicciones, el México de 1968 era un país no alineado, con una economía nacionalizada conforme a los postulados de Lombardo Toledano y una sociedad tradicionalista, conforme al ideal de Vasconcelos.
Mucho hubo de malo en aquel sistema político, pero aprender las lecciones del pasado bien pueden ayudar a la construcción de un mejor futuro.
Hoy recordamos al México de las grandes nacionalizaciones, al de la unidad nacional, al del pueblo que mantuvo su independencia en el mundo bipolar de la Guerra Fría.
Hoy recordamos, con orgullo, la figura, con errores y aciertos, del Presidente Gustavo Díaz Ordaz.
¡Viva el socialismo nacionalista!
¡México para los mexicanos!