México es único en sus orígenes, circunstancias, cultura e historia.
Estamos siendo sometidos a una dictadura global que niega a las naciones la posibilidad de ser soberanas y vivir conforme a un sistema propio, a la vez que otorga toda una serie de falsas libertades individuales. Esto se ha traducido en una profunda crisis moral, que se manifiesta en la pérdida creciente de valores familiares y del respeto de las personas por si mismas y por los demás.
La impunidad de que gozan los grandes criminales, la evidente falta de justicia y el empeoramiento del nivel de vida de los mexicanos, son una prueba de que la alternancia de autoridades, membretes o partidos en el poder, no nos llevará a un cambio verdadero mientras, ya que permanecen ahí las mismas familias, grupos e intereses de siempre.
La nación mexicana tiene una misión que cumplir y si no lo hemos logrado es por la ausencia de un proyecto nacional acorde a lo que verdaderamente somos. Es por eso que las leyes republicanas que nos rigen no funcionan ni se aplican. Fueron hechas para franceses y angloamericanos, no para nosotros.
Necesitamos construir un hombre nuevo.
Estamos convencidos de que México tiene recursos humanos y materiales suficientes para desarrollarse sin dependencia. Sin embargo, una nación con vocación de imperio requiere de una mentalidad triunfadora.
Por eso es que México necesita hombres y mujeres nuevos, que rechacen los valores individualistas y comercializados de la sociedad capitalista, para adoptar actitudes como la fortaleza de carácter, la dignidad en la lucha, el honor en su conducta, la lealtad a la causa, la camaradería, la disciplina y el amor a la patria; personas con vocación de monjes y soldados; héroes que construyan un nuevo orden social, que restauren la grandeza de México.
Hablamos de forjar hombres y mujeres nuevos, que en su actuar cotidiano contribuya al restablecimiento de la Grandeza Nacional.
La nación como comunidad de sangre, suelo y espíritu.
A diferencia de otros proyectos, la nacionalización del pueblo no busca segregar ni dividir, sino reafirmar la identidad nacional. Por años hemos padecido “malinchismos” mediocres e indigenismos disgregadores y eso debe cambiar.
Los nacionalistas no queremos seguir hundidos en ese complejo de “vencidos” y “conquistados”. Por eso visualizamos un México reconciliado con su identidad indoamericana e hispanoamericana, que se reconozca a sí mismo en cada etapa de su historia, pues solo una sociedad cohesionada y orgullosa de sus raíces puede hacer frente a los embates del globalismo.
Para nosotros, la nación es mucho más que el aparato estatal que gobierna en su nombre o una simple “masa” de habitantes. De ahí la importancia de dignificar a la persona humana, no solo por haber sido creada a imagen y semejanza del Supremo Creador sino porque es también, parte de una estirpe milenaria y conectada al suelo que pisamos.
El bienestar de la colectividad antes que el interés individual.
Los nacionalistas somos contrarios tanto a los socialismos izquierdistas que buscan privatizar las instituciones para someterlas a una casta parasitaria de burócratas, como al capitalismo internacional que expropia las libertades económicas de la gente, impone límites injustos a la creatividad del ser humano e impide la justa realización de sus aspiraciones.
Lejos de eso, concebimos a la nación como una comunidad de comunidades, donde todos tenemos un lugar que ocupar y una misión en la vida. La sabiduría de nuestras culturas ancestrales y la reciente teoría de los sistemas computacionales lo señalan: la sociedad es un todo orgánico y el todo es más que la suma de sus partes.
Los nacionalistas queremos armonía y no conflicto ni lucha de clases. Trabajadores y empresarios, obreros y campesinos, hombres y mujeres: todos somos necesarios y todos somos importantes.