Corría el año 2011 cuando una insurrección tribal ponía en jaque la autoridad del estado libio y el liderazgo de Gaddafi, a quién teóricamente no se podía destituir ni derrocar porque no tenía ningún cargo en el gobierno.
Para ese entonces ya habían transcurrido alrededor de 8 años de la intervención de Bush en Irak. Las supuestas armas de destrucción masiva que impulsaron a Bush a intervenir jamás se encontraron. Pero en este caso, los países árabes conservadores como Arabia Saudita estaban más que interesados en ajustar viejas rencillas. La resolución 1973 del consejo de seguridad aprobó acciones militares para frenar los supuestos “abusos” de Gadafi contra los sublevados, que a la postre no resultaron ser otra cosa sino terroristas y mercenarios. La resolución no autorizaba una intervención militar para fomentar un cambio de régimen en el país. Sin embargo, Francia y otros estados europeos, acomplejados por su condición de meros satélites yanquis, recibieron de Barak Obama la oportunidad de desplegar su poderío militar en la televisión. Este gesto de “buena voluntad” logró cohesionar a la OTAN que había estado profundamente dividida tras el fiasco de Bush en Irak.
En dado caso fue el ahorcamiento financiero y no tanto la intervención militar lo que hizo colapsar al estado libio. Esto mismo le sucedió a Milosevic en 1999, con la diferencia de que la intervención de Clinton en Yugoslavia no fue respaldada por el consejo de seguridad de las Naciones Unidas.
En Afganistán, las propias autoridades estadounidenses reconocieron su responsabilidad por la muerte de más de 10,000 civiles en operativos militares, a cuyos deudos se indemnizó con cantidades ridículas.
Y para rematar, desde el anterior mandato de Trump, la opinión pública de Estados Unidos ha mostrado su rechazo frente a las intervenciones extranjeras. Después de todo, a los ojos del mundo, son los decadentes estados europeos y no el Pentágono los que desean la entrada de Estados Unidos a una conflagración mundial que no procura ningún provecho ni ganancia para el pueblo estadounidense.
De todos modos, la ONU y su consejo de seguridad, solo sirven para legitimar algunas acciones bélicas. Con o sin el disfraz de legalidad, estas se llevarán cabo.