Por Juan C. López Lee
En el año 2006, buena parte de la población votó por Andrés Manuel López Obrador bajo la creencia de que de este modo, terminaría el predominio de las oligarquías financieras. Durante años, miles y miles de personas acompañaron a Andrés Manuel en su “cruzada por la democracia”, exigiendo que se limpiaran las elecciones y alentando a la población a no quedarse callada ante los muchos abusos de las autoridades. En el 2012, la idea de crear un nuevo partido político y desvincular al obradorismo del PRD supuestamente serviría para evitar que los mismos de siempre se encumbraran en los cargos de elección popular, pues se acusaba a Jesús Zambrano y compañía de imponer candidatos “neoliberales”. En efecto, el PRD sobrevivió gracias a los votos del obradorismo, que en su momento no podía postular canrdidatos propios.
Sin embargo, cuando finalmente fue registrado Morena como partido político nacional, las nobles aspiraciones de quienes alguna vez pensaron que este partido estaría libre de políticos y al servicio de la ciudadanía, simplemente se vieron truncadas, pues quienes se encumbraron en los liderazgos fueron Martí Batres, Claudia Sheinbaum, Ricardo Monreal, Mario Delgado, Marcelo Ebrard y un sinfín de políticos profesionales con trayectorias ligadas al PRI y a sus posteriores desgajamientos.
Ya en el 2012, las cosas habían cambiado para el obradorismo, pues no se hablaba ya de una depuración del país. No se hablaba tampoco de justicia social. No se hablaba tampoco de ecología ni se fustigaba a los consorcios mineros que oprimen a nuestras comunidades en Guerrero y otras partes de nuestro país. El López Obrador del 2012 hablaba de una república amorosa pero el del 2018 ya no tenía necesidad de hablar de nada, pues a esas alturas el sistema había agotado ya todas sus cartas excepto una. Y esto les vino como anillo al dedo, pues es el obradorismo el que finalmente reunificó a la clase política del país, que había estado fracturada desde aquel enfrentamiento entre Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
Hoy, el obradorismo aparece ante todos como una fuerza hostil a la clase trabajadora, que reprime ecologistas, acosa a los disidentes sociales y ampara toda clase de crímenes aberrantes, desapariciones y torturas cometidas por la mafia. Hoy, personajes como Miguel Ángel Yunes, cuya familia ha sido acusada de cosas gravísimas, es presentado ante la opinión pública como ejemplo de “congruencia” por haber votado contra la “oposición” liberal en los congresos. En el caso concreto de Yunes, su desistimiento de unirse a Morena se dio más por presiones de la opinión pública que por otra cosa, pues los líderes morenistas están más que dispuestos a recibir el apoyo de gente como Eruviel Ávila en el Estado de México o como la familia Murat en Oaxaca.
Gerardo Fernández Noroña hasta hace unos años todavía podía presumir de “idealismo” pues a pesar de sus viajes opulentos y su shopping en Nueva York, este todavía fingía defender la causa de los desaparecidos, como en el tristemente célebre caso de Ayotzinapa. Sin embargo, el Noroña del Siglo XXI funge como un palero del gobierno, como un pelele y como un lambiscón de la peor calaña, pues ya ni a porro llega.
Nuestro país es una fosa común que hiede. Sin embargo, quienes ahora gobiernan prefieren culpar de todo a las administraciones anteriores, pues al final de cuentas lo único que les importaba era sustituirlas en las curules y en los escritorios de la decadente y corrompida institucionalidad del estado mexicano. Los morenistas simplemente quisieron estar en ese lugar para regentar el país a su antojo, pues no tienen el más mínimo interés en cambiar absolutamente nada. El estado de López Obrador y Claudia Sheinbaum es esencialmente el estado de Calderón y Peña Nieto. Sus políticas públicas son esencialmente las mismas. Ni siquiera la opción preferencial por los pobres y los apoyos a la tercera edad son en modo alguno, un patrimonio político del obradorismo, pues ya la CEPAL como organismo supranacional de la globalización los había anunciado como política pública para América Latina y para gran parte del mundo desde los noventas.
Pero lo peor de todo es la estafa moral e intelectual sobre la gente, que por más de veinte años ha sido adoctrinada en la falsa esperanza y qué ha sido más o menos vacunada contra el escepticismo y la indignación que debería provocar semejante traición contra México y contra los mexicanos.