Política

El “proyecto de nación” de los chuchos finalmente triunfó.

Después de las Elecciones Presidenciales de 1988, México vivió su propia versión de los cambios que tuvieron lugar en el mundo a raíz de la caída del bloque soviético.

Hablamos aquí, por supuesto, del PRI como parte del grupo de dictaduras desarrollistas del Tercer Mundo, que junto con Tito en Yugoslavia, Gamal Abdel Nasser o el Partido del Congreso de la India, que en su momento lograron llevar a sus países de la semifeudalidad a la industrialización en tiempo récord.

Una de las características de estos regímenes era el haberse establecido en naciones de raigambre muy antigua y con sociedades tradicionales. Pese a la corrupción y la ausencia de iniciativa que estos regímenes legaron a sus poblaciones, la experiencia tercermundista fue una oportunidad aprovechada, pues las potencias de la Guerra Fría, entendiendo el carácter geoestratégico de nuestras naciones, se comprometieron a respetar nuestra independencia y a permitir nuestro desarrollo.

Desgraciadamente, los socialismos no alineados tenían sus días contados. Además, estos regímenes también fungieron como agentes involuntarios del globalismo, pues a pesar de haber jugado con la carta del nacionalismo, fueron precisamente Tito, Nehru y Cárdenas los detonantes de la occidentalización y modernización de nuestras sociedades y economías, lo cual después sobraría en detrimento de nuestros pueblos.

Tras el asesinato de Sadat, los gobernantes que sucedieron a Gamal Abdel Nasser iniciaron el desmantelamiento del antiguo nacionalismo egipcio, dividiendo al partido único de la revolución en tres nuevos partidos: uno de derecha (el PAN), otro de centro (el PRI) y uno de izquierda (el PRD). La idea era garantizar la supervivencia de la clase política en el poder a como diera lugar. En Egipto, esto se logró pero bajo el sello del militarismo. En la India, la clase política se expandió mediante la burocracia. En Yugoslavia, el conflicto etno-religioso la devoró por completo y en México, esta so consolidó por la vía del narco-estado.

Sin embargo, es la expresión política y partidista de estos cambios lo que ahora nos atañe. En 1988, Cuauhtémoc Cárdenas aglutinó a retazos del sistema y algunos partidos satélites del régimen para conformar el PRD, que en su momento asumió las viejas reivindicaciones revolucionarias para ser la izquierda del sistema, mientras que el PRI oficialista o centrista, viraba hacia el neoliberalismo y el PAN se transformaba en la voz de los empresarios o de la derecha.

Estaba claro, que la base política inicial del nuevo partido de la izquierda unificada sería el viejo priismo, pues al igual que en la India o en Egipto, los partidos marxistas reales nunca pudieron arraigarse en la población. En el caso concreto de México, ni siquiera los esfuerzos de Valentín Campa o Martínez Verdugo, que constantemente trataron de asociar a su Partido Comunista con las causas sociales o la identidad mexicana, tuvieron el más mínimo éxito, puesto que los partidos marxistas siempre fueron percibidos socialmente como una cosa exótica o extranjera. En Yugoslavia, el marxismo prosoviético era visto como una desviación de tipo extranjero e inaceptable mientras que en México, los comunistas de los 70s representaban a una izquierda de café, propia de hippies extranjerizantes. A raíz de la represión del 68, estaba bastante claro que el estalinismo estaba en el PRI y que la izquierda de oposición solo podría ser “libertaria” o liberaloide.

En los años 80s, la izquierda hipster y de oposición estaba fragmentada en numerosas tribus. La menos numerosa en adeptos era probablemente la del trotskista PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), de ideología marcadamente apátrida, internacionalista y globalista. De hecho, fue este grupo el primero en enarbolar la bandera del movimiento LGBTI, de la universalización del sistema productivo y de la república mundial aún antes de que los neoliberales lo hicieran. Además, el PRT formó a personajes como Patricia Mercado, Ricardo Pascoe o Rosario Robles, que después hicieron equipo con los Pablo Gómez y Amalia García, que militaban en el Partido Comunista y cuya conducta permisiva sentó las bases para que la Escuela de Frankfurt y el deconstruccionismo se arraigaran en la intelectualidad mexicana. Sin embargo, quienes llegarían al poder político serían los chuchos, que también creían en la deconstrucción y el posmodernismo pero desde una perspectiva mucho más práctica que teórica.

Hablamos aquí, del grupo encabezado por Jesús Ortega y Jesús Zambrano, que planteaba la necesidad de una alianza con sectores del PRI para llegar al poder y “transformar la sociedad” desde dentro. Aprovechando la salida de Cuauhtémoc Cárdenas del PRI en 1988, los chuchos se asumieron a sí mismos como cardenistas, sumaron a trotskistas y ex comunistas dentro de su grupo y pasaron de la más absoluta marginalidad, a las altas esferas de la política.

Para Cárdenas, Muñoz Ledo o López Obrador, priístas de cuño que no simpatizaban mucho con el internacionalismo, la incorporación de comunistas chilangos a su partido les permitía contar con un nutrido grupo de profesionistas e intelectuales que sus bases priístas en los barrios no podían proveerles. El acuerdo era muy claro: los eurocomunistas posmodernos se harían cargo de las cuestiones administrativas y organizativas mientras los expriístas disfrutarían del calor de pueblo en los templetes.

No obstante, los posmodernos estaban conquistando inadvertidamente todo el aparato burocrático y financiero de la izquierda. Además, estaban colocando a su gente en el medio intelectual en una táctica que actualmente se conoce como “marxismo cultural” pero que, pese a su nombre, es ultracapitalista de hecho y dicho, pues la instrumentalización de las minorías ha servido a los poderes financieros como quinta columna de la globalización neocolonial. Al controlar el aparato burocrático de la capital, los chuchos también habrían de conquistar también el federal que no pertenecía a su partido, pues tarde o temprano, el currículum de sus allegados sería tomado en cuenta para otras instancias, y así sucesivamente.

Incluso en el obradorismo, personas del entorno chucho como Martí Batres o Claudia Sheinbaum terminaron comiéndole el mandado a Ricardo Monreal o a Marcelo Ebrard, pues a final de cuentas, los chuchos siempre fueron muy eficientes para pasar la charola y López Obrador no tuvo más remedio que retribuírselos. A la postre, no sería casualidad que López Obrador terminara renunciando a Morena como lo hizo Cuauhtémoc Cárdenas con el PRD. Ese es un escenario que no podemos descartar pero que tampoco se ve muy cercano, pues a diferencia de Cuauhtémoc, Andrés Manuel no escatimó en castigar “traidores”.

En cuanto a la oposición, los chuchos también lograron mantener el control del PRD, que solo existe como “cascarón” pero sigue controlando a la burocracia capitalina a nivel moral, pues ni Marcelo ni Claudia pudieron sacar a sus allegados de tales puestos. Patricia Mercado, ex trotskista que ahora respalda al Movimiento Ciudadano, también ha logrado formar en el feminismo a cientos de mujeres bajo la fachada de talleres políticos, cuyas graduadas después se diseminan equitativamente en los partidos políticos para crear su propio partido feminista encubierto. Ya hemos dicho, que López Obrador fue implacable con la “traición” de Rosario Robles pero aún así, la ex gobernadora de la Ciudad de México fue una de las principales ideólogas del PRI con Enrique Peña Nieto y su influencia permanece.

Por su parte, si el PAN era débil en algunos estados, el PRD les ayudaba a completar el quórum necesario para completar sus grupos parlamentarios, lo cual facilitaba la infiltración de eurocomunistas chuchos en la derecha. Tiempo después, el PAN les retribuyó el apoyo. Tan es así que la propia Xóchitl Gálvez fue prestada brevemente al PRD cuando este partido se hundió en las pasadas elecciones. Xóchitl Gálvez, totalmente adicta al “proyecto de nación” de los chuchos y del mismo orígen trotskista que Patricia Mercado del Movimiento Ciudadano, es ahora la candidata del Frente Amplio por México, donde promueve las mismas cosas que ellos encumbraron: feminismo, globalismo, cosmopolitismo, etc.

En efecto, la conquista cultural de este grupo ha sido tan eficiente que ni siquiera la derecha ha podido librarse de su herencia, pues la derecha también forma parte del mismo esquema internacional de la globalización. El PAN es chucho, al igual que el PRI con su ideóloga Rosario Robles, así como también lo es la Suprema Corte de Justicia o hasta el propio Morena, qué denuncia a Jesús Ortega como traidor a Andrés Manuel pero asume enteramente su proyecto ideológico y lo continúa.

A lo que voy, es que a los chuchos nadie les reconoce su mérito, pues ellos son los padres fundadores del México posmoderno, de este pseudo México feminista, globalizado, hippy, animalista, occidentalizado y aburguesado. Después de todo, el dogma chucho es la ideología oficial de la clase política.

Quien se atreva a decir que no existe un pensamiento dominante o que derechas e izquierdas no son lo mismo, no ha aprendido las lecciones de la historia.

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