Pena de muerte es ahora sinónimo de venganza y “barbarie” a los ojos de las nuevas generaciones, en parte gracias a la labor del llamado catolicismo progresista, que falsea las enseñanzas cristianas en comunión con los sectores mas liberales de nuestra sociedad, que de católicos no tienen ni un pelo.
En los últimos años, la avalancha de falso humanitarismo ha influido a tal grado en los medios de comunicación, que los partidos políticos, las ONG’s y las confesiones religiosas, se han opuesto vehementemente al restablecimiento de la pena capital, poniendo como pretexto el tema de los derechos humanos.
Durante el sexenio de Vicente Fox, los activistas movieron todas sus influencias a nivel nacional e internacional hasta lograr que nuestra legislación quedara “blindada” ante un posible restablecimiento de la pena de muerte, precisamente cuando existía un clamor generalizado a favor de que esta fuese restablecida, dada la intolerable situación de violencia e impunidad que hemos enfrentado.
Refugiados en el sentimentalismo, los grupos religiosos ahora dicen que la pena de muerte es sinónimo de asesinato y que de hecho fomenta la sed de “venganza” entre los mas pobres, lo cual pone en evidencia el contubernio del clero católico con el sistema mundial de poder, que defiende la pena de muerte cuando se aplica a mexicanos que matan policías blancos en Estados Unidos, pero la rechaza cuando se trata de criminales que asesinan mexicanos en nuestro país.
En cuanto al primer argumento, en el cual se dice que la pena de muerte es un asesinato, la realidad es que la ejecución de un criminal luego de un juicio justo, siempre ha sido considerada legítima con respecto a las enseñanzas bíblicas. ¿Si tales ejecuciones no fueron catalogadas como “asesinatos” en dos mil años de historia cristiana, por qué lo serían ahora?
En cuanto al segundo argumento acerca de la venganza, sobra decir que solo la víctima tiene facultad para “perdonar” al delincuente, lo cual no es posible en el caso de un homicidio, y aún si estuviera viva, esta solo podría perdonar al criminal por “su intención” de hacerle daño. En cualquier caso, se debe retribuir al criminal por el daño que ha perpetrado.
La protección del bien común no se consigue con pequeñas reformas al sistema de justicia sino eliminando físicamente a aquellos elementos cuya sola permanencia entre nosotros provoca un perjuicio a la comunidad, teniendo poca importancia si ellos se encuentran en las calles o en una cárcel.
Otro argumento no tan usado por los grupos religiosos pero si por los humantaristas laicos, es que el criminal delinque como consecuencia de los traumas y desventajas económicas que ha vivido desde su niñez, pero seamos honestos: millones de mexicanos han crecido en estas condiciones y hoy son personas decentes y productivas. Este argumento se desmorona en dos segundos.
Al escuchar cómo las voces mas influyentes en el campo de la educación, la ciencia, la psicología y la religión parecen haber abrazado la causa de la abolición de la pena de muerte como si se tratase de algo incontestable, no debemos ni podemos quedarnos callados.
UNA SOCIEDAD QUE CONSIDERA AL DELINCUENTE COMO UN ENFERMO QUE DEBE SER CURADO DE SUS TRAUMAS PSICOLÓGICOS Y NO COMO UN CRIMINAL QUE MERECE, EN PRIMER LUGAR, UN CASTIGO, ES UNA SOCIEDAD QUE HA PERDIDO COMPLETAMENTE EL SENTIDO DE LA JUSTICIA.
Que quede claro, hacer justicia por propia mano no es lo que recomendamos. Al contrario, los nacionalistas pugnamos por el desconocimiento de todo convenio internacional que impida a nuestro país el aplicar la pena de muerte a homicidas, secuestradores, torturadores, mafiosos, defraudadores y violadores.
Erradicar físicamente a estos individuos mediante leyes adecuadas y un sistema judicial eficiente, constituye un acto de reverencia hacia las víctimas, un medio para infundir el temor entre aquellas personas proclives a delinquir y una demostración de justicia práctica para bien de la colectividad.